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Este texto analiza la filosofía de Heráclito sobre la exactitud de los nombres y cómo revelan la naturaleza o función de los héroes y dioses. Se discute la importancia de saber por qué un ser recibió un nombre en particular, como por ejemplo, Xánthos en lugar de Skámandros o el nombre de la diosa Hera. Además, se examina cómo los nombres comunes genéricos como dios, héroe y hombre se relacionan con alma y cuerpo.
Typology: Thesis
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El Crátilo es, sin duda, entre los diálogos de Platón, uno de los que más bibliografía específica ha suscitado en vir- tud de los múltiples problemas que plantea 1. Dejando apar- te multitud de pequeños detalles que van surgiendo a lo lar- go de todo el diálogo, éstos son los puntos que más discu- sión han producido: posición relativa del diálogo dentro de la obra platónica, identificación de los personajes, relación de sus teorías con las corrientes de pensamiento de su épo- ca y de épocas anteriores, valoración del largo pasaje de las etimologías; en fin, el objetivo último que Platón se propu- so al escribirlo. No pretendo -ni es ése el lugar adecuado para ello- exponer con detalle las diferentes opiniones sobre todos estos puntos, aunque sí presentar, de una forma re- sumida, el estado actual de la cuestión. Sin embargo, por razones obvias ofrezco previamente un resumen del conte- nido del diálogo. El Crátilo se estructura, después de una breve intro- ducción, sobre la base de dos conversaciones sucesivas de Sócrates con Hermógenes y Crátilo, siendo la primera la más larga, aproximadamente dos tercios de la obra.
I. Introducción. Hermógenes/Crátilo/Sócrates (383a- 385a)
(^1) H. KIRCHNER, Die verschiedenen Auffassungen des platonischen
Dialogs «Kratylus», Progr. Brieg, 1891-1901, recoge todos los trabajos aparecidos hasta ese momento. Más recientemente, J. DERBOLAV, Platons Sprachphilosophie im «Kratylos» und in den späteren Schriften, Darmstadt, 1972; la Introducción de L. MÉRIDIER en Platon, Oeuvres Complétes, vol. V, 2.a^ parte: Cratyle, París, 1950, y, sobre todo, W. K. C. GUTHRIE, A History o f Greek Philosophy, vol. V, Cambridge, 1978, aportan gran cantidad de bibliografía general so- bre este diálogo. También nos ha sido muy útil el reciente trabajo (iné- dito) de A. VALLEJO CAMPOS, La convencionalidad del lenguaje de los presocráticos al «Crátilo» de Platón, Granada, 1980.
Se inicia el diálogo con una invitación, por parte de Hermógenes, a que Sócrates participe de la discusión que éste ha estado sosteniendo con Crátilo sobre la exactitud de los nombres. Crátilo cede con desgana y Hermógeness plantea el punto de partida; Crátilo sostiene que los nom- bres son exactos por «naturaleza» (physei), por lo que al- gunos no corresponden a quienes los llevan, por ejemplo: el mismo de Hermógénes. Éste, por el contrario, piensa que la exactitud de éstos no es otra cosa que «pactó» y «consenso» (synthéke, homología), «convención» y «hábito» (nómos, éthos). La base de partida de Hermógenes es, como se ve, muy estrecha: no se trata de la exactitud del lenguaje en general, sino de los nombres y, dentro de éstos, de los propios. Sócrates opina que es un asunto muy serio y que mejor sería ponerse en manos de los sofistas (especialmente, Pródico) -actitud irónica que va a mantener buena parte del diálogo y que pone de manifiesto la poca seriedad que el tema del lenguaje, así planteado, tiene para Sócrates-. Pero accede a indagarlo por el método dialéctico en compañía de Hermógenes.
II. Sócrates/Hermógenes (385a-428b). Crítica de la teor- ía convencionalista del lenguaje.
d) nombres comunes de fenómenos naturales: sol, lu- na, mes, astros, relámpago, fuego, y se pasa, finalmente, a los nombres comunes de nociones intelectuales y morales; e) nombres comunes de nociones intelectuales y mo- rales: la inteligencia, el juicio, el pensamiento, la pruden- cia, ciencia, comprensión, sabiduría, bien, justicia, valentía, lo masculino, la mujer, el arte, el artificio, virtud y vicio, lo bello y lo feo, lo útil y provechoso; lo dañino y lo ruinoso; el placer, el dolor, el apetito, el deseo, el amor, la opinión, la creencia, la decisión, la necesidad, el nombre, la verdad y la falsedad, el ser y la esencia. Es importante hacer notar aquí que la base común a todos estos nombres es la idea heraclitea de que el Universo está en continuo movimiento 2. Sócrates relaciona así con Herá- clito (como antes relacionó el convencionalismo con Protá- goras) la teoría naturalista que Crátilo y él, por el momento, sostienen.
(^2) En efecto, aquellas nociones que tienen un valor «positivo (elogia-
bles) tienen el significado de «lo que se mueve, o bien lo que sigue, acompaña o favorece el movimiento».
esencia de las cosas. Así como el pintor realiza su imitación del color con los diferentes pigmentos, así «el nominador» realiza su imitación de la esencia con sílabas y letras. Sócrates ha sentado una base racional para la teoría natu- ralista, pero sabe que con ella ha sembrado la semilla de su destrucción, y, desde el principio, deja ver su des confianza frente a ella: «parece ridículo que se hagan manifiestas las cosas mediante la imitación por sílabas y letras... lo que yo tengo oído sobre los nombres primarios me parece comple- tamente insolente y ridículo». Pero, a continuación, expone su idea de la imitación que los elementos realizan, o mejor dicho, algunos elementos (r, d, t, 1, g, n, q, e, o). Con ello parece que el diálogo llega a su término; sin embargo, Sócrates, veladamente, y Hermógenes, con toda claridad, instan a Crátilo a que ex- ponga su opinión sobre los resultados alcanzados hasta el momento. Éste se declara satisfecho sin haberse percatado de que la teoría de la mímesis ha puesto de relieve las con- tradicciones internas del naturalismo que él sostiene.
III. Sócrates/Crátilo. Crítica de la teoría naturalista (428b-440e).
Con esto, se ha llegado a una aporía insoluble desde los planteamientos hasta aquí examinados. Los nombres se en- cuentran enfrentados -en guerra civil-, lo que indica, por otra parte, que el nominador no es un ser divino, como su- giere Crátilo en un intento desesperado. Y, por tanto, no sirven para proporcionarnos certeza sobre la realidad. El di- lema implícito es: o se renuncia a conocer la realidad (si se admite con Crátilo -y con Hermógenes- que el lenguaje es el único medio de conocerla) o se acude a otro. Pero, ¿cuál es éste? Dirigirse a los seres mismos para -si acaso- cono- cer, después, la exactitud de sus nombres, y no al revés. Aquí Sócrates acude a un sueño que tiene a menudo (como, otras veces, a un mito): ello es que los seres son en sí («el bien en sí, lo bello en sí y lo demás»), porque en caso con- trario no habría conocimiento al no existir sujeto ni objeto estable del mismo. De esta forma, el diálogo se cierra con un rechazo de la filosofía de Heráclito y una insinuación tentativa de la teor- ía platónica de las formas 4. Los personajes se despiden con la recíproca promesa de seguir investigando el tema, sin que Platón llegue a deducir las consecuencias implícitas en las premisas establecidas en los últimos párrafos. Y el diá- logo queda inconcluso, como tantos otros. Pero la posición platónica es clara; el lenguaje es un camino inseguro y en- gañoso para acceder al conocimiento de la realidad. El Crátilo no es el único diálogo platónico que trata el problema del lenguaje, pero sí es el único que trata el len- guaje como problema. Ahora bien, lo mismo que en los otros diálogos en que, de alguna forma, se plantea el tema (especialmente, en Eutidemo, Teeteto y Sofista), el lenguaje como tal no es el verdadero objeto del debate, sino una ex- cusa de Platón para sentar su propia epistemología y -en último término- su propia ontología. El Crátilo no es un estudio del lenguaje en su estructura y funcionamiento 5. Es un debate sobre la validez del mismo para llegar al conocimiento 6. Tampoco hay a que buscar en él, por consiguiente, una indagación sobre el origen, como
(^4) Cf. n. 18 al texto. (^5) A. E. TAYLOR, Plato, the Man and his Work, Londres, 1929, aun
reconociendo que el tema básico del diálogo es la corrección de los nombres, piensa que es un estudio del uso y funciones de la lengua. Cf., también, P. FRIEDLANDER, The Dialogs, First Period, Nueva York,
(^6) Sobre la finalidad, básicamente epistemológica, del Crátilo, cf. H.
STEINTHAL, Geschichte der Sprachwissenschaft bei den Griechen und Römern, Berlín, 1961, así como A. DIÈS, Autour de Platon, II: Les dialogues (págs. 482 y sigs.), París, 1927.
se ha hecho a veces 7. Desde el principio mismo del diálo- go, queda suficientemente claro que el verdadero tema es la orthótés («rectitud» o «exactitud») del nombre. Y aquí hay que hacer dos salvedades: en primer lugar, no se trata de la correcta aplicación de los nombres. Éste es el sentido de la orthótēs de Protágoras, Pródico o el mismo Demócrito 8. Con este término se refiere aquí Platón a la adecuación del lenguaje con la realidad, lo que pone de manifiesto, como señalaba antes, que el problema real no es lingüístico, sino epistemológico. En segundo lugar, no se trata, en principio, de la exactitud del lenguaje en general, sino de la «exactitud de los nom- bres» (orthótēs onomátǀn) y, más exactamente, de los pro- pios, lo cual proporciona al diálogo un punto de partida ex- cesivamente estrecho. Bien es verdad que Sócrates va am- pliando el tema, progresivamente, a los nombres comunes, a los verbos y, en definitiva, a los elementos últimos, pero siempre se queda en el umbral de la palabra individual 9. Pues bien, el problema de la orthótēs, lo plantea Platón dentro del marco general de la típica antinomia sofística physis/nómos^10. No lo hace, desde luego, en los términos de la oposición physis/thésis, que es posterior 11 ; y es, al menos, cuestiona- ble el que se hubiera planteado expresamente en los de phy- sis/nómos antes de Platón con la amplitud que éste le con- cede, aunque testimonios de Demócrito y Antifonte parez- can dar pie para pensarlo 12. Tanto Crátilo como Hermógenes sostienen que los nom- bres son exactos. La diferencia estriba en que para Hermó-
(^7) Así, M. LEKY, Plato als Sprachphilosoph. Würdigung des platoni-
schen «Kratylos», Paderborn, 1919. (^8) Es claro, por el testimonio del mismo Platón, que tanto Pródico co-
mo Protágoras trataron el tema de la orthoépeia. Ésta, sin embargo, ten- ía para ellos un valor puramente pragmático (cf. C. J. CLASSEN, «The Study of Language amongst Socrates' Contemporaries», Proc. The Afr. Class. Assoc. [1959], y D. FEHLING, «Zwei Untersuchungen zur Griechischen Sprachphilosophie», Rhein Mus. [1965], 212-30). De la Orthoépeia, título de una obra de Demócrito, sabemos muy poco, pero es posible que esté inserta en la larga serie de los comentarios de glosas homéricas (cf. W. K. C. GUTHRIE, Historia de la filosofía griega, vol. III, págs. 205 y sigs.). 9 Sin embargo, el que esto pruebe que el Crátilo sea un diálogo me- nos maduro y, por tanto, anterior al Teeteto y Sofista, es otro problema. (Cf., más abajo, pág. 358.) A. VALLEJO (La convencionalidad .., págs. 191 y sigs.) se inclina por ello. (^10) Cf. W. K. C. GUTHRIE, A history ..., cap. IV, págs. 55-134. (^11) Así, D. FEHLING, «Zwei Untersuchungen...», 218 ss.: en ambas
teorías hay un momento de thésis (imposición) del nombre. (^12) Cf. W. K. C. GUTHRIE, A History..., págs. 201 y sigs.
ro, incluso, puede que no sea un disparate el hecho de que Diógenes Laercio (III 9) relacione a Hermógenes con el grupo eleático. En efecto, las premisas epistemológicas de Parménides pueden llevar a un convencionalismo relativo. No es que Parménides formulara nunca una teoría lingüísti- ca -y mucho menos convencionalista-, pero de la fraseolog- ía de los frs. B8 y B19 15 (ónoma katéthento, nenómistai, katéthento dúo gnómas onomázein, etc.) se deduce clara- mente que los nombres que no corresponden a la realidad son pura convención entre los humanos, sin por ello negar- les la categoría de nombres. Es el mismo tipo de conven- cionalismo relativo que aparece, con fraseología similar, en filósofos como Demócrito, Anaxágoras y Empédocles 16 , y, en definitiva, el que refleja Platón mismo en la Carta VII 17. b) La teoría naturalista. - Crátilo es, frente a Hermó- genes, un hombre de escuela, probablemente un «tirón», un novato, que mantiene contra viento y marea una teoría na- turalista que tiene bien aprendida, pero poco pensada: el nombre es un duplicado, una como adherencia de la cosa. De aquí se deducen dos consecuencias epistemológicas de suma gravedad a los ojos de Sócrates: la primera es que no se puede hablar falsamente. Si el nombre es nombre, el em- plear uno inadecuado no es hablar falsamente, sino emitir sonidos sin sentido. En segundo lugar, el nombre nos pro- porciona una información exacta sobre la realidad; conocer el nombre es conocer la realidad. A ambas ideas se opondrá Sócrates con todas sus fuerzas en la última parte del diálo- go. Ya en la etimología de Cronos y Rea y, sobre todo, cuan- do expone la idea del nominador al imponer los nombres, Sócrates relaciona sutilmente con Heráclito el naturalismo. De otro lado, Crátilo mismo mantiene simultáneamente la filosofía de Heráclito y la teoría naturalista. Sin embargo, es al menos cuestionable que de la filosofía de Heráclito se pueda deducir tal teoría. Antes al contrario, parece que de una ontología en la que todo fluye sería más lógico deducir una teoría convencionalista. del lenguaje. Esta contradic-
(^15) Citamos siempre a los presocráticos por H. DIELS-W. KRANZ,
Die Fragmente der Vorsokratiker, 16 Berlín, 1960-61. A. VALLEJO, La convencionalidad..., págs. 138 y sigs., ofrece to- dos los pasajes en que estos filósofos «enfrentan los principios ontoló- gicos del sistema con aquellos términos que los contradicen., términos que son, para ellos, nomǀi y no physei (o contra thémis). En Demócrito, claro está, el convencionalismo es más estricto, pues deriva directamen- te de su sistema (cf., sobre todo, el fr. B 125). 17 Cf. 343a ss., y n. al texto.
ción, al menos aparente 18 , complicada por las noticias que de Crátilo nos ofrece aristóteles (Metafísica 1010a7 ss.) constituye el llamado «problema de Crátilo». Brevemente, éstos son los términos del problema: en el Crátilo este per- sonaje aparece manteniendo simultáneamente ambas teor- ías; sin embargo, Aristóteles (loc. cit.) lo presenta sólo co- mo un heracliteo radical que «creía que no se debía decir nada, limitándose a mover el dedo». No se dice nada del naturalismo lingüístico y, más bien, parece deducirse lo contrario. ¿Cómo conjugar ambas visiones? A menos que el Crátilo del diálogo no responda al histórico^19 o que, co- mo mantiene Jackson 20 , sea un heracliteo para quien los nombres son el único medio de fijar el flujo de las cosas, habrá que admitir: o bien que Crátilo no es realmente un heracliteo 21 , o que ha sido llevado a esta filosofía, preci- samente aquí, por Sócrates 22 Ahora bien, cualquiera que sea la solución al «problema de Crátilo», es evidente que la filosofía de Heráclito no es el único, aunque, quizá, sí el más importante, blanco del
(^18) E. CASSIRER, Filosofía de las Formas Simbólicas, México, 1971,
no ve contradicción aquí: «sólo el vocablo móvil y multiforme que, por así decirlo, desborda siempre sus propios límites, encuentra contraparte (en) la plenitud del logos conformados del universo» (pág. 67). Eso sí, los seguidores de Heráclito desvirtuaron esta concepción originaria del maestro. Crátilo es, pues, un heracliteo que transfiere «la identidad que Heráclito había afirmado entre el todo del lenguaje y el todo de la razón... a la relación de la palabra aislada con su contenido eidético» (pág. 70). (^19) Para M. WARBURG(«Zwei Fragen zum Kratylos», Neue Philol.
Untersuch. 5 [Berlín, 1929]), el personaje de Crátilo está encubriendo a Heráclides Póntico, pero esta tesis no ha tenido gran aceptación y sí muchos detractores. Según VAN IJZEREN (De «Cratylo» Heracliteo et de Platonis «Cratylo» [Mnemosyne N. S., XLIX], 1921), el Crátilo del diálogo sería una caricatura que hace Platón de su maestro pero es difícil que Crátilo fuera nunca maestro de Platón (cf. n. 2 al texto). A Diés (apud MÉRIDIER, Platon..., Introducción, pág. 38, n. 2) piensa que Crátilo esconde un tipo y no representa a un individuo real. Esto, sin embargo, no es habitual en los diálogos platónicos cuya fuerza dramática deriva de la realidad de sus personajes, contemporáneos de Platón. (^20) Cf. H. JACKSON, Cambridge Praelections, Cambridge, 1906. (^21) Así, G. S. KIRK («The Problem of Cratylus», Anter. Journ. of Phi-
lol. 72 [1951], 225-53), quien sostiene que Crátilo es heracliteo solo aquí, en el diálogo, por oportunismo, i. e., por pensar que esta filosofía apoya su tesis. (^22) Es la tesis «evolucionista» de D. J. ALLAN («The Pro-
blem of Cratylus», Amer. Journ. of Philol. 75 [1954], 271- 87), y R. MONDOLFO (La comprensión del Sujeto en la Cultura Anti- gua, Buenos Aires, 1968): Crátilo sería llevado a un heraclitismo radi- cal a partir de este diálogo con Sócrates.
de desvelar sus contradicciones y peligros; para rechazar a las dos, en último término 28. Una vez que ha rechazado el convencionalismo de Her- mógenes, por el peligro de sus implicaciones epistemoló- gicas y por ser contrario a la admisión, por parte de Her- mógenes, de que los seres son en sí y que se puede hablar falsamente, Sócrates parece tomar partido por el natura- lismo. Pero, en realidad, toda su argumentación a favor de esta tesis se va a volver en contra al final del diálogo. Comienza Sócrates analizando etimológicamente el sig- nificado de ciertos nombres propios -y luego comunesen un clima general de ironía 29. Toda esta extensa sección eti- mológica, que ocupa más de la mitad del diálogo, ha sido objeto de varias interpretaciones. Debido a su extensión, algunos comentaristas han visto en ella el objetivo último del diálogo 30 y elogian la genialidad de algunas ideas. En general, se basan en la «modernidad» de algunas ideas lin- güísticas que aparecen (evolución fonética, préstamos lin- güísticos, etc.). Sin embargo, la mayoría son hechos dema- siado obvios, y, sobre todo, Platón los ofrece como trucos para manipular etimológicamente el material que Sócrates elige para su análisis. En realidad, lingüísticamente hablan- do, esta sección no tiene valor alguno. La mayoría de las etimologías son disparatadas, como Hermógenes y el mis- mo Sócrates se encargan de decirnos más o menos clara- mente. Solamente un puñado son correctas y, aun éstas, son simples aproximaciones de unas palabras con otras de su misma raíz. Debido al clima de ironía que envuelve toda esta sección, es probable que Sócrates esté ridiculizando los pro- cedimientos etimológicos de los sofistas en general, aunque él alude más concretamente a Pródico y Protágoras 31. Sin embargo, esta ironía no se agota en sí misma ni la finalidad del Crátilo es divertirnos 32 : el método etimológico, llevado a sus últimas consecuencias lógicas, desemboca, en defini-
(^28) A. Diés (apud. MÉRIDIER, Platon..., pág. 30) se refiere muy acer-
tadamente a este diálogo como una operación de «déblaiement» de las teorías lingüísticas de su época. (^29) Cf. n. 46 al texto. (^30) Así, G. GROTE, Plato and other Companions of Socrates, Lon-
dres, 1865; D. Ross, «The date of Plato's Cratylus», Rev. Intern. Philos. 9 (1955), 187-96, y J. DERBOLAV, Platon's Sprachphilosophie..., ant. cit. (^31) No tenemos, sin embargo, más datos que esta caricatura sobre los
procedimientos etimológicos de estos dos sofistas. 32 U. Von WILAMOWITZ llama al Crátilo «ein lustiges Buch» en Platon. Sein Leben und seine Werke, Berlín, 1959.
tiva, en una teoría mimética del lenguaje y ésta, aunque al final se revele insuficiente, es una original aportación socrático-platónica a la teoría lingüística. En efecto, según ésta, el lenguaje tiene la misma función -y funcionamiento- que las demás artes imitativas, aunque su objeto último sea mucho más serio: la esencia de las cosas. Ahora bien, si la teoría naturalista nos ha llevado a la mímesis, ahora ésta se vuelve contra aquélla -lo que pone de manifiesto, en grado sumo, el alcance de la ironía socrática. Crátilo, que ha aceptado el análisis etimológico y la teoría de la mímesis, basada en la filosofía de Heráclito, se verá forzado a admitir que todo ello es contradictorio con su propia teoría del lenguaje. En este momento, Sócrates pare- ce, de nuevo, tomar partido por el convencionalismo. Sin embargo, el diálogo no es una bagatela dialéctica, ni hay que buscar -repito- de qué lado se queda Sócrates, sopesan- do cuidadosamente todas las afirmaciones que hace a lo largo del mismo. Al final, lo que queda bien claro es la in- tención de Sócrates de descalificar al lenguaje como medio para acceder a la realidad, mediante el rechazo de dos teor- ías que pretendían, cada una, constituir a éste en el único y más idóneo método para ello.
Finalmente, unas palabras sobre la posición relativa del Crátilo dentro de los diálogos de Platón. Es uno de los po- cos diálogos sobre los que el acuerdo no es unánime, ni si- quiera en lo que se refiere a su asignación a uno de, los tres grupos cronológicos establecidos por el método estilomé- trico. El Crátilo no tiene alusiones directas ni indirectas a hechos históricos que pudieran fijar su terminus post quem, y ha sido situado por diferentes filólogos -en cada uno de los tres mencionados grupos. Sin embargo, pese a los inten- tos de M. Warburg, G. S. Kirk y D. J. Allan 33 de relegarlo, por diferentes razones, a una fecha tardía -o de la actitud menos comprometida de J. Derbolav y L. E. Rose 34 que lo sitúan en el período intermedio-, sigue teniendo mayor aceptación la opinión de C. Ritter que ya lo clasificó dentro del primer grupo, entre Eutidemo y Fedón. Posteriormente, H. von Arnim, siguiendo la misma línea estadística, aunque apoyándose más prudentemente en el uso de fórmulas de réplica afirmativa (naí, pány gé, pány mén oûn), lo clasifica
(^33) En los trabajos citados de cada uno. (^34) Cf. .On Hypothesis in the Cratylus as an Indication of the Place of
the Dialogue un the Sequence of Dialogues., Phronesis 9 (1964), 114-
gua, sino que todos los hombres, tanto griegos como bárba- ros, tienen la misma exactitud en sus nombres. Así que le pregunto si su nombre, Crátilo, responde a la realidad, y contesta que sí. «¿Y cuál es el de Sócrates?», pregunté, «Sócrates», me contestó. «¿Entonces todos los otros hom- bres tienen también el nombre que damos a cada uno?» Y él dijo: «No, no. Tu nombre, al menos, no es Hermógenes ni aunque te llame así todo el mundo» 3. Y cuando yo le pregunto ardiendo en deseos de saber qué quiere decir, no me aclara nada y se muestra irónico conmigo. Simula que él lo tiene bien claro en su mente, como quien conoce el asunto, y que si quisiera hablar claro haría que incluso yo lo admitiera y dijera lo mismo que él dice. Conque si fueras capaz de interpretar de algún modo el oráculo de Crátilo, con gusto te escucharía. O aún mejor: me resultaría aún más agradable saber qué opinas tú mismo sobre la exactitud de los nombres -siempre que lo desees. SÓCRATES - Hermógenes, hijo de Hipónico, dice un an- tiguo proverbio que es difícil saber cómo es lo bello. Y, desde luego, el conocimiento de los nombres no resulta in- significante. Claro, que si hubiera escuchado ya de labios de Pródico 4 el curso de cincuenta dracmas que, según éste, es la base para la formación del oyente sobre el tema, no habría nada que impidiera que tú conocieras en este instan- te la verdad sobre la exactitud de los nombres. Pero, hoy por hoy, no he escuchado más que el de una dracma 5. Por consiguiente ignoro cómo será la verdad sobre tan serio asunto. Con todo, estoy dispuesto a investigarlo en común
(^3) Tanto Kratylos como Sokrátēs son nombres formados sobre el sus- tantivo krátos «dominio»; el de Sócrates, además, presenta la raíz *sawo que está en la base de palabras de vario significado. - Her- mogénés significa «del linaje de Hermes», y este nombre no le corres- ponde, debido a sus dificultades pecuniarias (cf. 384c y 391 a) y, como él mismo añade más tarde (cf. 408a), a su poca facilidad de palabra. (^4) Célebre sofista, natural de Ceos, cuyo interés se centraba en el em- pleo correcto de las palabras (cf. Eutidemo 277e) estableciendo los ras- gos diferenciales de los sinónimos aparentes. En realidad, la exactitud que él propugna nada tiene que. ver con la orthótēs que aquí se discute. Sócrates fue un gran admirador suyo y se piensa que su célebre diaíre- sis (cf. Cármides 163d, Protágoras 358a) puede haber influido en las dicotomías socráticas (cf. W. C. K. GUTHRIE, A History o( Greek Phi- losophy, págs. 223-25 y 27480, y C. J. CLASSEN, «The Study of Lan- guage amongst Socrates Contemporaries, Proc. of the Afr. Class. As- soc. [1959), 38).
(^5) Podría querer decir que ha leído algún libro de Pródico: una dracma es el precio aproximado de un libro en esta época (cf. Apología 26d) y demasiado poco, incluso, para un curso reducido.
b
contigo y con Crátilo. En cuanto a su afirmación de que Hermógenes no es tu verdadero nombre, sospecho -es un decir- que está chanceándose, pues tal vez piense que fraca- sas una y otra vez en tu deseo de poseer riquezas. Es difícil, como decía hace un instante, llegar al conocimiento de tales temas, pero no queda más remedio que ponerlos en el cen- tro e indagar si es como tú dices o como dice Crátilo. HERM. - Pues bien, Sócrates, yo, pese a haber dialogado a menudo con éste y con muchos otros, no soy capaz de creerme que la exactitud de un nombre sea otra cosa que pacto y consenso 6. Creo yo, en efecto, que cualquiera que sea el nombre que se le pone a alguien, éste es el nombre exacto. Y que si, de nuevo, se le cambia por otro y ya no se llama aquél -como solemos cambiárselo a los esclavos-, no es menos exacto éste que le sustituye que el primero^7. Y es que no tiene cada uno su nombre por naturaleza alguna, si- no por convención y hábito de quienes suelen poner nom- bres. Ahora que si es de cualquier otra forma,.estoy dis- puesto a enterarme y escucharlo no sólo de labios de Cráti- lo, sino de cualquier otro. SÓC. - Hermógenes, puede que, desde luego, digas algo importante. Conque considerémoslo: ¿aquello que se llama a cada cosa es, según tú, el nombre de cada cosa? HERM. - Pienso que sí. SÓC. - ¿Tanto si se lo llama un particular 8 como una ciudad? HERM. - Sí. SÓC. - ¿Cómo, pues? Si yo nombro a cualquier ser..., por ejemplo, si a lo que actualmente llamamos «hombre» lo denomino «caballo» y a lo que ahora llamamos «caballo» lo denomino «hombre», ¿su nombre será hombre en gene-
(^6) Hermógenes emplea una terminología vaga, propia de quien no tie- ne las ideas muy claras o expresa, no una teoría, sino un clima de opi- nión. Aquí emplea synthékē y homología; más abajo, nómos y éthos. Cf. Introd. Traduzco nómos por «convención», en su valor más general, y, alguna vez, más adelante, por «uso». Para nonmothétēs empleo el término comúnmente admitido de «legislador» (cf. 389a). (^7) Hay en el texto griego de todos los MSS. (salvo T) dos frases de idén- tico contenido («no es menos exacto el segundo que el primero» y « no es menos exacto éste que le sustituye que el primero»), de las cuales, una es, sin duda, glosa de la otra. Contra la opinión general que admite ambas como genuinas o que sigue a Bekker omitiendo (con el MS. T) la segunda, nosotros preferimos suponer (con Baiter) que es la primera la que no es auténtica. (^8) Aquí Sócrates lleva a Hermógenes a una posición de extremo in- dividualismo, que no es la inicialmente expuesta (cf., también, el § e, más abajo). Sobre las razones de este proceder de Sócrates, ver nuestra Introd.
c
d
e
385a
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HERM. - Sí. SÓC. - ¿Entonces también cuantos se atribuyan a cada objeto, todos ellos serán sus nombres y en el momento en que se les atribuye? HERM. - Yo desde luego, Sócrates, no conozco para el nombre otra exactitud que ésta: el que yo pueda dar a cada cosa un nombre, el que yo haya dispuesto, y que tú puedas darle otro, el que, a tu vez, dispongas. De esta forma veo que también en cada una de las ciudades hay nombres dis- tintos para los mismos objetos: tanto para unos griegos a di- ferencia de otros, como para los griegos a diferencia de los bárbaros. SÓC. - ¡Vaya! Veamos entonces, Hermógenes, si tam- bién te parece que sucede así con los seres: que su esencia es distinta para cada individuo como mantenía Protágoras 11 al decir que «el hombre es la medida de todas las cosas» (en el sentido, sin duda, de que tal como me parecen a mí las cosas, así son para mí, y tal como te parecen a ti, así son para ti), o si crees que los seres tienen una cierta consisten- cia en su propia esencia. HERM. - Ya en otra ocasión, Sócrates, me dejé arrastrar por la incertidumbre a lo que afirma Protágoras. Pero no me parece que sea así del todo. SÓC. - ¿Y qué? ¿También te has dejado arrastrar a la cre- encia de que no existe en absoluto ningún hombre vil? HERM. - ¡No, no, por Zeus! Más bien lo he experimen- tado muchas veces, hasta el punto de creer que hay algunos hombres completamente viles y en número elevado. SÓC. - ¿Y qué? ¿Nunca te ha parecido que hay hombres completamente buenos? HERM. - Sí, muy pocos. SÓC. -¿Luego te ha parecido que los hay? HERM. - Sí, sí. SÓC. -¿Cómo, entonces; formulas esto? ¿Acaso que los completamente buenos son completamente sensatos y los completamente viles completamente insensatos?
(^11) Es el sofista de Abdera, blanco de los ataques platónicos en varios diálogos (especialmente, el que lleva su nombre, pero cf., también, Tee- teto 152 ss.). La cita es el célebre comienzo de su obra Alētheia «La Verdad» (cf., más abajo, la alusión a ésta). Aunque esta frase, fuera de todo contexto, ha sido objeto de múltiples interpretaciones (cf. GUTHRIE, ibid., págs. 181-191), es evidente que lo que pretendía el sofista es negar validez objetiva al conocimiento. Otra cosa muy distin- ta es que de su epistemología individualista se pueda deducir una teoría de la orthoépeia como la que mantiene Hermógenes. Ver nuestra In- trod.
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HERM. - Tal me parece. SÓC. -¿Entonces es posible que unos seamos sensatos y otros insensatos, si Protágoras dijo la verdad y la verdad es que, tal como a cada uno le parecen las cosas, así son? HERM. - De ninguna manera. SÓC. - Ésta es, al menos, tu firme creencia: que si existen la sensatez y la insensatez, no es en absoluto posible que Protágoras dijera la verdad. Pues, en realidad, uno no sería más sensato que otro si lo que a cada uno le parece es la verdad para cada uno. HERM. - Eso es. SÓC. -Pero tampoco, creo yo, piensas con Eutidemo 12 que todo es igual para todos al mismo tiempo y en todo momento. Pues en este caso tampoco serían unos buenos y otros viles, si la virtud y el vicio fueran iguales para todos y en todo momento. HERM. - Es verdad lo que dices. SÓC. - Por consiguiente, si ni todo es para todos igual al mismo tiempo y en todo momento, ni tampoco cada uno de los seres es distinto para cada individuo, es evidente que las cosas poseen un ser propio consistente. No tienen relación ni dependencia con nosotros ni se dejan arrastrar arriba y abajo por obra de nuestra imaginación, sino que son en sí y con relación a su propio ser conforme a su naturaleza 13. HERM. - Me parece, Sócrates, que es así. SÓC. - ¿Acaso, entonces, los seres son así por naturaleza y las acciones, en cambio, no son de la misma forma? ¿O es que las acciones, también ellas, no constituyen una cierta especie dentro de los seres? HERM. - ¡Claro que sí, también ellas! SÓC. - Luego las acciones se realizan conforme a su pro- pia naturaleza y no conforme a nuestra opinión. Por ejem- plo: si intentamos cortar uno de los seres, ¿acaso habremos de cortar cada cosa tal como queramos y con el instrumento que queramos? ¿O si deseamos cortar cada cosa conforme a la naturaleza del cortar y ser cortado y con el instrumento que le es natural, cortaremos con éxito y lo haremos recta- mente, y, por el contrario, si lo hacemos contra la naturale- za, fracasaremos y no conseguiremos nada? HERM. - Creo que de esta forma.
(^12) Con su hermano Dionisodoro, es el protagonista del diálogo que lleva su nombre. La tesis que aquí se le atribuye es formulada allí de forma diferente: .todos los hombres, dijo él, lo saben todo si saben una sola cosa- (Eutidemo 294a, cf. también 296c). (^13) Otro principio que se esboza, aquí, en contra de Hermógenes y se repetirá, al final, del diálogo (cf. 439c-440) en contra de Crátilo.
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